jueves, 22 de noviembre de 2007

La democracia por los liberales clásicos

Aunque por las menciones en sus obras a otras formas de gobierno más restringidas que la democracia que hacen estos autores se podría llegar a pensar desacertadamente que Locke en su Segundo tratado sobre el gobierno civil y Montesquieu en Del espíritu de las leyes no apuestan propiamente por la democracia como modelo político, lo cierto es que hay claras manifestaciones de que ello no puede ser más que una confusión. Así, claramente, uno y otro establecen que «la comunidad es el poder supremo» (Locke) o que «todo hombre en un Estado libre, considerado como poseedor de un alma libre, debe gobernarse por sí mismo» (Montesquieu). De nuevo Locke, bebiendo del Derecho natural, incluso llega a hablar de derechos fundamentales, adelantándose varios siglos a su época cuando dice «ningún hombre, ninguna sociedad de hombres tiene el poder para renunciar a su propia preservación, ni para entregar los medios de conseguirla poniéndolos bajo el dominio arbitrario y absoluto de otro».

Lo que sí hacen ambos autores es concebir la democracia como una protección del individuo. De este modo, Locke nos asegura que los hombres se organizan en una comunidad política para protegerse unos de otros y se obligan a someterse a las leyes de la mayoría, mientras estas sean justas, porque de no serlo ese pacto entre hombres estaría roto. La persona (aunque en aquel momento histórico sólo estuviésemos hablando de hombres), pues, es dueña de sí misma y se protege a sí y a su propiedad y sólo delega poder en otra persona para que ésta consiga un fin bueno para él y para la comunidad, que de no ser conseguirse, hará que esta persona pierda la confianza de la primera y deja de representarle. Los gobernantes, por eso, tienen la obligación de hacerlo bien logrando, como fines últimos, «la paz la seguridad y el bien del pueblo». Estos no podrán ser tiranos pues, al igual que Sto. Tomás de Aquino, Locke defiende el derecho de resistencia al gobernante que se convierta en un agresor.

Precisamente, en el pensamiento de Montesquieu vemos la clara necesidad de separar los poderes del Estado para evitar que surjan poderes despóticos. El poder legislativo, por ser el que emana directamente del pueblo, a través de representantes elegidos por todos en circunscripciones electorales, es el predominante y se mantiene separado del Ejecutivo y el Judicial. Nuevamente, al igual que Locke, la persona tiene el derecho de gobernarse a sí misma aunque le conviene más elegir a representantes con habilidad para la política (discutir los asuntos, literalmente) que lo hagan por él. Con ello, se garantiza una protección fundamental que es la libertad de que «ningún ciudadano pueda temer nada de otro».

Otros autores también conciben la democracia como una protección del individuo, pero además consideran que puede tener otros fines, inclusive didácticos, más profundos. La democracia como desarrollo tendría que ver con aquella frase de Manuel Azaña de que la libertad no hace felices a los hombres, los hace sencillamente hombres, como señala D. Held, la democracia es también un medio para que la humanidad mejore, para que los individuos desarrollen su personalidad y en la que éstos participan más allá de la elección de los representantes.

Así, Benjamín Constant, en el Capítulo I de sus Principios de Política, según el criterio de protección, declara que no quiere que la soberanía de la mayoría sea ilimitada porque supondría la indefensión de la minoría ante el poder de la mayoría y repite lo dicho por Locke respecto a unos derechos fundamentales: «hay una parte de la vida humana que es, por naturaleza, individual e independiente y que queda al margen de toda competencia social». En el capítulo VI, Constant, establece las condiciones para ser miembros de una comunidad política, una membresía que va unida necesariamente al título de propiedad privada, por lo que son los propietarios los que tienen derecho a la protección de sus intereses. Aunque, según la visión propio Constant, todo el mundo acaba siendo propietario cuando se lo propone. Es en su famoso discurso, De la libertad de los antiguos comparada con los modernos, rechazando la sumisión comunitarista de los antiguos y considerando necesario el sistema representativo, donde Constant contempla la democracia como un desarrollo cuando defiende, con una gran pasión, que al limitar los poderes de los gobernantes y las instituciones nos hacemos «dichosos a nosotros mismos», siendo nuestra libertad política el «más poderoso y enérgico modo de perfección que el cielo nos ha dado entre los terrenos». En base a ella, los ciudadanos se esfuerzan por estudiar los asuntos públicos de su interés, agrandando su espíritu democrático que «ennoblece sus pensamientos y establece entre todos ellos una especie de igualdad intelectual que hace la gloria y el poder de un pueblo».

Posiblemente, en esta misma línea el autor que destaca sobre los demás es John Stuart Mill, recogiendo los valores de la democracia liberal clásica y añadiéndole, al igual que Constant, el nuevo criterio del desarrollo. En Sobre la libertad, acuña el término de «tiranía de la mayoría» y alerta de sus peligros, aún cuando ésta sea una mayoría democrática no puede sobrepasar los derechos fundamentales de los que hablamos anteriormente. En este sentido de la protección, introduce como novedad la protección del individuo frente a la a «tiranía de la opinión y el sentimiento prevalecientes» pero que, a su vez, repercute en la idea de democracia como desarrollo, ya que esta protección permite que los individuos desarrollen su propia personalidad sin que sean moldeados por el criterio de los demás, quienes, si se les deja, son capaces de moldear incluso las conciencias. En ese mismo libro declara: «la humanidad sale más gananciosa consintiendo a cada cal vivir a su manera que obligándole a vivir a la manera de los demás». Todavía se ve más clara su idea de democracia como desarrollo en Del Gobierno representativo, cuando afirma «así, pues, siendo el primer elemento de buen gobierno la virtud y la inteligencia de las personas que componen la comunidad el mayor mérito que puede poseer un Gobierno es el de desenvolver esas cualidades en el pueblo», unas cualidades que son morales, intelectuales y activas y que ayudan por sí mismas a gobernar mejor, cerrando un círculo entre gobierno y sociedad en el que ambos se van mejorando mutuamente.

En cambio, a Alexis Tocqueville, si nos basamos en lo expuesto en La democracia en América, podríamos decir que le preocupa en exclusiva la democracia como desarrollo. Pues identifica una forma de gobierno que es el despotismo ilustrado (que sería equiparable a una burocracia moderna excesivamente desarrollada) el cual considera que puede proteger mejor los intereses de una nación, pero que sin embargo perjudica la autonomía y el desarrollo de los ciudadanos. Tocqueville compara la actitud de los norteamericanos con la de los ciudadanos de otras naciones. Destaca que la libertad crea un hábito más difícil de combatir que el propio aprecio a la libertad, siendo de vital importancia para los americanos participar en política, aunque siendo conscientes de que buena parte de sus decisiones las toman sin la certeza de que serán correctas. La gran virtud que tiene esta sociedad democrática es que lo realmente importante no se consuma en la esfera pública sino en la privada porque, según sus propias palabras, «la democracia no da al pueblo el gobierno más hábil pero logra a menudo aquello que el gobierno más hábil no puede: extiende por todo el cuerpo social una actividad inquieta, una fuerza sobreabundante y una energía que jamás existen sin ella y que, a poco favorables que sean las circunstancias, pueden engendrar maravillas. Ésas son sus verdaderas ventajas».

Ramón Villaplana

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