miércoles, 13 de febrero de 2008

Entrevista a Antonio Garrigues Walker


El pasado día 11, el diario "La Verdad" ofrecía en sus páginas una interesante entrevista a Antonio Garrigues Walker, destacado representante del liberalismo español y abogado y presidente de uno de los más importantes bufetes del país.


Por cuanto desde el Centro Democrático Liberal coincidimos en gran medida con el contenido de sus afirmaciones, plenamente insertas en el marco del pesamiento liberal democrático, no queremos dejar pasar la ocasión de servirnos de este blog para darle una mayor difusión.


«El déficit tecnológico y educativo se debe en parte al sectarismo político»

«Me parece una necedad aceptar quedarnos en un país mediocre», advierte el presidente del bufete más importante de España.


Antonio Garrigues Walker (Madrid, 1934) ha dispuesto de una atalaya inmejorable para contemplar la vida española de las cuatro últimas décadas. Ha estado al frente del despacho de abogados más importante del país, ha dirigido asociaciones empresariales, ha asesorado a multinacionalies y hasta protagonizó un intento de crear un partido bisagra, de ideología liberal y reformista, que hiciera de árbitro entre el PP y el PSOE. Ahora, desde la perspectiva de su enorme experiencia, analiza la vida española y hace un balance positivo. Pero, en el curso de una entrevista con este periódico, alerta también de que la radicalización y el sectarismo vividos en los últimos años pueden deteriorar, y mucho, la posición del país ante los retos cruciales que debe afrontar.


- Usted ha contemplado desde lugares muy relevantes la evolución de España en los últimos treinta años. ¿Qué diagnóstico hace del estado del país?


-España es el país occidental que más ha cambiado, en cuanto a la estructura de su sociedad y sus valores básicos. Esto lo dicen la mayoría de las instituciones que hacen este tipo de estudios en muchos países. Sociológicamente, España ha sido un espectáculo. Los cambios en la posición y la función de la mujer, el nuevo pensamiento de los jóvenes, la nueva estructura política... son verdadramente únicos y muy positivos. Sé que no lo estamos, pero todos tenemos derecho a estar especialmente satisfechos.


- ¿No lo estamos?


-No, y deberíamos estarlo. Parece como si todo lo conquistado en estos años -calidad democrática, económica, cultural, social- no significara nada. Cuando uno quiere levantar la mirada hacia el futuro tiene que tener en cuenta esos datos. Si hemos hecho todo eso, podemos y debemos hacer muchas más cosas aún.


- ¿Ha entrado bien España en la modernidad o se ha pagado un precio relativamente alto: insolidaridad entre autonomías, individualismo muy importante en lo personal, poco apego al trabajo bien hecho, ansia de rápido enriquecimiento...?


-Las sociedades siempre evolucionan hacia una mayor complejidad. Esas tendencias al individualismo son normales y hasta convenientes. Se ha producido un descenso en el comportamiento ético, no se puede negar, pero al mismo tiempo vemos que aquí todo el mundo ha trabajado mucho y bien; si no, no estaríamos donde estamos. Hay que mejorar, no lo dudo. Pero intentar negativizar la vida española actual me parece un error profundo. Estamos viendo también lo que está pasando en países como EE UU, Italia y hasta Alemania, donde para afrontar sus problemas han tenido que hacer un gobierno de gran coalición...


- Entre lo positivo está ser una de las grandes economías, pero luego los resultados educativos, culturales o académicos son mediocres. ¿Un panorama de claroscuros?


-En lo educativo, seguimos siendo un país de segunda y hasta de tercera en algunos aspectos. Y tenemos un déficit tremendo en lo tecnológico. La suma de ambos hace que el futuro sea problemático. Son dos déficits que la sociedad española debe afrontar y que se deben en parte al sectarismo y la radicalidad política que hemos vivido en los últimos tiempos. Pero si hay países como Irlanda que han corregido sus déficits tecnológicos en poco más de una década, ¿no podemos hacer lo mismo? Claro que sí, y lo mismo en cuanto a los problemas del sector educativo. Si no los resolvemos, España no será un país puntero. Después de todo lo hecho, me parece una necedad aceptar quedarnos en un país mediocre.


- ¿Qué habría que hacer?


-Para evitarlo habría que tener una sociedad civil capaz de recoger el reto, algo que ahora no hay. Y luego tenemos que lograr que todos los grandes partidos, estatales o autonómicos, se den cuenta de que la polarización no es gratuita y generará grandes problemas. En estos temas, la tecnología y la educación, estamos jugando con las cosas de comer. Mientras, lo que sucede en la vida política española es de una insólita pobreza intelectual mezclada con una demagogia insoportable.


- ¿Tiene la impresión de que esa crispación política de la que habla se ha trasladado a la calle?


-Sí. Y hay culpables de ello. En primer lugar, los partidos, que son quienes han polarizado cualquier debate. En segundo lugar, la Iglesia, que tiene que refrenarse porque el debate religioso no puede afectar a la estabilidad democrática. Y luego hay otra cosa: nuestra educación democrática, que no es más que el respeto al otro, sigue siendo débil. La democracia consiste pura y simplemente en aceptar que el otro puede tener tanta razón como uno mismo. Cuando se descalifica al otro, cuando se contesta con insultos, eso no es democracia, es necedad.


- Hablando de politización, ¿le preocupa la que se está dando en la Justicia?


-La radicalización afecta a todo y la Justicia no podía escapar a ello. Y me preocupa muchísimo. Estamos viendo como en el tema de las víctimas del terrorismo hay dos asociaciones: una más próxima al PP y otra al PSOE. ¿Hay algo más inimaginable y verdaderamente irresponsable? Si eso pasa ahí, lo mismo sucede en la Justicia, donde la politización está a todos los niveles: Constitucional, Supremo, Poder Judicial, tribunales autonómicos. Eso es radicalmente malo, porque es su manipulación por intereses partidistas. No puede haber nada peor y creo que tenemos la obligación de denunciar esa manipulación.


- Usted puso en marcha un partido bisagra hace más de veinte años. ¿Cree que esa tensión actual explica los nuevos intentos de crear partidos de centro?


-Vamos a ver qué pasa, aunque no estoy seguro de que puedan ocupar ese espacio. El intento de la operación reformista estaba entonces justificado porque creíamos que podíamos llegar a una situación como la de Alemania, donde un pequeño partido liberal hacía de árbitro entre las dos grandes fuerzas, moderándolas. Ese era el sueño que tuvimos Miquel Roca y yo, y luego Suárez. Fracasamos todos, nosotros más. Yo siempre digo que nuestro fracaso fue esplendoroso porque era injustificable.


- ¿Por qué?


-Porque teníamos todo: un proyecto claro, dinero, estructura... así que la culpa fue sólo nuestra. Pero meterse entre los dos partidos nunca ha sido fácil, aquí ni en ninguna parte. Sucede que los dos grandes partidos no quieren que haya nadie en medio y por eso harán cuanto tengan que hacer y algo más para que no triunfe una opción así. Ahora, no tengo ninguna duda de que España necesita un partido entre PP y PSOE y me encantaría que saliera adelante.


- ¿Quedan aún restos de autoritarismo en la sociedad española?


-Los hay. Un proceso democrático se perfecciona continuamente. No se puede decir «ya tenemos una democracia perfecta». Hay una frase que me encanta: los problemas de la democracia se corrigen con más democracia. Pero la sociedad sigue viviendo con una especie de temor y reverencia respecto del Estado, y eso hay que irlo perdiendo. Fíjese cuando un político dice: 'Yo le doy 400 euros' o una deducción fiscal... Como si ese dinero fuera suyo. Ese dinero es de la sociedad, están jugando con nuestro dinero, no con el suyo.


- Estos días algún gobierno ha llegado a decir que la democracia está en peligro en España. ¿Lo ve usted así?


-No, en absoluto. Incluso me parece muy peligroso hablar así. Una cosa que los líderes, y hablo de todo tipo de líderes, tienen que recuperar como una obligación moral es el optimismo. Ser pesimista está tirado. Todos podemos hacer una valoración pesimista de cualquier cosa. Pero quien lidera algo tiene la obligación de dar un mensaje positivo, aunque requiera sangre, sudor y lágrimas. Los mensajes catastrofistas me inquietan mucho, porque demuestran la falta de sentido de liderazgo. Si un líder no tiene capacidad para transmitir optimismo y credibilidad ética, debe retirarse.


- En otro orden de cosas, ¿le preocupa a un liberal como usted la creciente injerencia de los estados en aspectos de la vida privada de los individuos?


-Lo que tiene que preocuparnos es preservar el derecho a la privacidad. Para un liberal es tremendo que se pueda controlar a las personas. Es evidente que en situaciones extraordinarias se pueden aplicar ciertas medidas; el problema es el límite: hasta dónde se puede llegar. La Patriot Act de Estados Unidos ofende a la dignidad de las personas, por más que busque perseguir el terrorismo. No digo que una sociedad como la nuestra no requiera intervenciones del Estado. Ahora, cuantas menos mejor. Y hay que justificarlas permanentemente, de manera que cuando las razones que se han esgrimido para ponerlas en marcha desaparezcan o mejore la situación se eliminen o reduzcan igualmente los controles.


- ¿Acepta España a los inmigrantes? ¿Ve usted xenofobia en la sociedad española?


-Hay sensaciones contradictorias. No se puede negar que la inmigración, allí donde se ha dado, ha sido siempre positiva. Sin ella, el crecimiento de la economía española habría sido mucho menor. Pero no podemos pedir que vengan cuando nos interesa, que sean trabajadores, disciplinados y resignados, y se vayan de forma ordenada cuando deje de interesarnos. Aquí surgirán movimientos de tipo xenófobo o racista, como ha sucedido en otros lugares. No me preocupa demasiado mientras se mantengan en una dimensión muy reducida, igual que sucede con la extrema derecha o la extrema izquierda. Lo que tenemos que hacer es vigilar para que no crezcan, para que los auténticos demócratas no se dejen arrastrar por todo eso.


- ¿Le parece a usted, como dicen algunos sociólogos, que tenemos costumbres de nuevos ricos: consumimos más de lo preciso, no pensamos en el futuro, no somos conscientes del valor de las cosas...?


-Sí, eso lo dicen muchos sociólogos. La mitificación de la riqueza es clara y que la gente hace lo que sea por dinero es evidente. Ahora, el instinto de mejorar es bueno. Se ha trabajado mucho en este país, y eso es positivo. Ahora bien, esa mentalidad también tiene consecuencias negativas: la basura televisiva, que genera la idea de que por dinero se puede hacer cualquier cosa. Y son muchas horas de programación basura. A mí me fascina que se tolere algo semejante y la sociedad civil no reaccione ante eso.


- ¿Habría que prohibir esos programas?


-Yo soy liberal y no los prohibiría, pero me gustaría que la sociedad los aherrojara. En muchos de ellos se bordea lo lícito legal pero nadie toma medidas. Estamos viendo cosas increíbles. Si fuera un programa de diez minutos no me preocuparía, pero la mayoría de las cadenas tienen horas dedicadas a eso. Pero insisto: todos somos culpables. Si a alguien no le gustan, tendría que escribir sobre ellos o, como harían en EE UU, crear un lobby en su contra. Además hay que tener en cuenta que ya se ha creado un poder basura. Quienes viven de ello, de enseñar miserias, no se van a dejar eliminar fácilmente, porque se mueven cantidades ingentes de dinero.


- Antes hablaba de la Iglesia. ¿Cómo ve un liberal las propuestas de una separación mucho más radical entre Iglesia y Estado?


-Creo que existe una relación excesiva que debe ir reduciéndose paulatinamente. Yo entiendo que eliminar esa vinculación después de siglos de historia de tanta influencia no es fácil, pero hay que profundizar en la separación. La Iglesia debería incluso anticiparse a los acontecimientos porque la separación es por su propio bien. A pesar de unos y otros, creo que se va a ir avanzando, porque los ciudadanos ya no aceptan la injerencia de la Iglesia en la esfera social y política, y quieren ver la religión como algo que afecta a la conciencia íntima de cada uno. Y le digo eso siendo consciente del papel positivo que cumple la Iglesia en España y en el mundo.


Fuente: César Coca, "La Verdad" (11/02/08)

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